Las Cumbres Iberoamericanas nos parecen a todos, a estas alturas, unas reverendas pérdidas de tiempo y recursos económicos, más propicias para el photo op de sonrisas forzadas y paisajes turísticos, que verdaderas sesiones de trabajo donde se haga algo por nuestros países.En citas anteriores a la última, las conjeturas sobre si Fidel Castro asistiría o no al encuentro solían acaparar las noticias. Ahora, con el dictador cubano en pijama y fuera de combate, el vedetismo parece haberse volcado hacia el presidente venezolano Hugo Chávez.Como buen aprendiz de tirano, Chávez se ha convertido en el líder indiscutible de esa nueva camada de lo que Plinio Apuleyo Mendoza, Alvaro Vargas Llosa y Carlos Alberto Montaner bautizaron como “perfectos idiotas latinoamericanos”, esos que prefieren culpar al Primer Mundo de todos los males que aquejan al Tercero.Todo parecía indicar que la reciente cumbre, celebrada en Santiago de Chile, seguiría el patrón de las anteriores, es decir, la misma bobería de siempre unida al hiperprotagonismo de Chávez y de los recién electos mandatarios de la neoizquierda, y sin nada concreto en términos de acuerdos, tratados o negociaciones.Es entonces que, casi al final de una jornada, a Chávez se le va la lengua y empieza a despotricar contra el ex jefe de gobierno español José María Aznar, llamándolo “fascista”. A Huguito le gusta oírse hablar y cree que sus miles de millones de petrodólares le dan derecho a posar de “mayimbe” de Latinoamérica, donde supone que todos están obligados a dispararse sus continuas divagaciones.
Andaba Chávez en su dime y direte, haciendo caso omiso de la más elemental diplomacia, cuando fue increpado por el jefe de gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, que ha sido un fuerte crítico de Aznar pero también es un verdadero demócrata y, sobre todo, un hombre educado.Rodríguez Zapatero, firme pero cortésmente, le pidió más respeto al bufón de Miraflores, que no estando acostumbrado a ser cuestionado de frente, en vivo y en directo, siguió metiendo la cuchareta con el entusiasmo soez de un guapetón de esquina.La situación se hacía insostenible; era un espectáculo lamentable que hasta al canciller cubano Felipito Pérez Roque y el “vicepresidente” Carlos Lage se les delataba la incomodidad, y se movían como si tuvieran hormigas bravas en sus asientos. Y entonces, sucedió lo inesperado. Del centro de la mesa, casi como en una versión moderna de la Ultima Cena, vino el toque de gracia:¿¿POR QUE NO TE CALLAS??¡Pues sí, señor! El Rey de España, Su Alteza Real Don Juan Carlos de Borbón, le dijo a aquel asno con pulóver rojo lo que todos los ciudadanos de este hemisferio con un ápice de sentido común y educación básica hubiéramos querido decirle en ese momento. Y lo hizo él, el Rey, y la verdad es que en ese momento fue el Rey de todos nosotros, pues con esa frase lapidaria, con ese gesto firme, el monarca demostró su autoridad, si no real, al menos moral, sobre el grupo de los supuestos seguidores de Martí, Sandino, Bolívar, Juárez o San Martín, pues ninguno de estos tuvo el valor de darle siquiera al venezolano un codazo o pisotón por debajo de la mesa para inducirlo al silencio.¿¿POR QUE NO TE CALLAS??Qué ironía, pero con esas cinco palabras solamente volvió un rey de España a ser “REY”, así, con mayúsculas, para toda Latinoamérica. Estoy seguro que muchos de los que por aquí tenemos por lo menos un poquito de sangre de la Madre Patria en nuestras venas nos sentimos felices y hasta promonárquicos en ese momento.Vale, Don Juan Carlos, que de veras le quedamos agradecidos. ¡Y que viva España!
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